Un terremoto para Casado que cuestiona su liderazgo en el Partido Popular

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El Partido Socialista Obrero Español (PSOE) ganó las elecciones pero necesitará pactar. El Partido Popular (PP) se derrumbó en un revés histórica. Los dos grandes tituales de las elecciones generales del 28 de abril. 



Partido Popular (la derecha, el partido democristiano) pasó de 137 a 66 escaños; de 7,9 millones de votos, a cuatro. Ciudadanos (el centro liberal, reformista y laico) le superó significativamente en el feudo de Madrid. Vox (la ultraderecha) le arrancó 2,6 millones de votos.

La primera reacción de Pablo Casado fue la de no dimitir. Pero los daños son demoledores, incluso casi de siniestro total sino hay una reflexión muy profunda -y sincera- de lo que se hizo mal, e incluso muy mal.

Para un partido que ha gobernado España durante tres lustros, el sismo político es muy profundo. En noviembre de 2011 sumó 11 millones de votos con Mariano Rajoy. En 2016, 7,9. En 2019 cae a 4,3 millones abriendo una crisis que puede no haber tocado fondo.

Ni un solo diputado por el País Vasco. El número tres del partido, Javier Maroto, no será diputado. En Andalucía, de 23 a 11 escaños. De 13 a 7 en Comunidad Valenciana. De 15 a 7 en Madrid. De 6 a 1 en Cataluña. De 12 a 6 en Castilla-La Mancha. El balance en todos los territorios es de desastre nunca conocido.

Peor aún es la falta en el partido de un análisis riguroso de los motivos de esta catátrofe. Desde las primarias no se pueden ocultar las diferencias sobre las estrategias políticas emprendidas por Pablo Casado (el giro con abandono del espacio del centro derecha y la moderación); la forma en que se han confeccionado las listas (con una figura tan polémica como Cayetana Álvarez de Toledo); y la influencia de figuras polémicas como José María Aznar y Esperanza Aguirre.

La controversia es profunda. Tras la crisis que atenazó al Partido Socialista, el derrumbe llega ahora al Partido Popular en un escenario de estrés, sin apenas margen para las inmediatas elecciones municipales y autonómicas que pueden agravar el ambiente de crisis profunda. En la noche del 28, en los cuartes generales de Génova, ninguna fiesta. Frialdad absoluta y, lo que es aún peor, sin espacio que se visualice para la autocrítica en momentos de enorme complejidad política y económica.
 
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